
La luna brillaba llena y plena, como desearían muchos sus vidas, tanto, que tan solo algún osado astro lejos de ella, compartía su escenario, mas abajo, en otra parte del universo, una inmensidad de corazones rodeaban la tierra, cada uno latía al ritmo de sus circunstancias, el que nos ocupa lo hacia generosamente, creyéndose inagotable e infinito, característica común en las personas jóvenes, como así era en este caso. Estaba enamorada, o al menos así lo creía ella, al fin y al cabo, que es el amor, en cierta ocasión escuchó, que cuando no sabes muy bien lo que sientes por alguien que te gusta, eso, es que es amor, sentía pasar los días lentamente estando lejos de el, y en los demás, el tiempo siempre era insuficiente, tan solo importaba la intensidad de las caricias, de los interminables abrazos y besos, que siempre son pocos a juicio del enamorado, esas cómplices miradas cargadas de pasión y deseo, capaces de trasmitir tanto sentimiento. Sentía felicidad, cuántas personas dedicaron la vida a su búsqueda, o incluso mataron a otras en su nombre, para intentar poseerla, o no dejarla escapar. Ella la había encontrado, se sentía sublime y todopoderosa, incluso la muerte dejaba de tener importancia, ya no le causaba temor, todo estaba hecho, no necesitaba nada mas, había estado con él, estaba impregnada de su aroma, aun lo sentía dentro de si, habían estado haciendo el amor una y otra vez, y todo era maravilloso, se sentía colmada de deseo, ahí estaba él, junto a ella, tumbado en la cama, con los ojos cerrados y esa expresión placentera en su rostro reveladora del placer gozado. Un momento inesperado, hermoso, mágico, pasó por su vida y jamás partirá.
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